Facundo Conte se puso por primera vez una camiseta celeste y blanca a los 14 años, debutó con el seleccionado mayor de vóleibol a los 19 y hoy, con 34, sueña y trabaja para subirse al podio en París 2024. Esa cita marcará su cuarta participación en Juegos Olímpicos, después de Londres 2012 y Río de Janeiro 2016, con dos quintos lugares de sabores muy distintos, y Tokio 2020, en los que se colgó un histórico bronce. Y transitando (quizás) el tramo final de su carrera, el porteño encaró el camino hacia la capital francesa con la idea de disfrutarlos con otra mentalidad, sin perder de vista el objetivo deportivo.
Es que después de muchos años de cargar con la mochila de ser «el hijo de» y jugar con la presión de la deuda de una medalla olímpica (habían pasado 33 años de la única que había conseguido el equipo argentino, con su papá Hugo de figura en Seúl 1988, y de tener el voleibol como única prioridad, Facundo cambió la manera de vivir el deporte.
«Tal vez antes jugaba para complacer a mis viejos y mis amigos o al de afuera. Hoy el foco está absolutamente puesto en lo que me pasa a mí y eso me da mucha felicidad», le cuenta a Clarín, sentado al costado de una de las canchas del CeNARD.
«Es probable que sean mis últimos Juegos Olímpicos. Sabiendo que tenemos esa medalla de Tokio, el enfoque está en poder disfrutarlo desde otro lugar. Yo siempre digo que Tokio fue el momento más feliz y más estresante de toda mi vida. Hoy creo que todo el estrés que he sentido lo puedo transformar en una motivación«, agrega.
A Conte –«El Heredero», como lo bautizó el periodista José Montesano– el vóleibol le llegó por mandato familiar. Papá Hugo fue uno de los mejores jugadores de la historia del seleccionado argentino y tiene su lugar en el Salón de la Fama mundial. También su mamá, Sonia Escher, fue una destacada receptora punta. Con esos genes, no sorprendió que Facu mostrara talento para este deporte. Y aunque a él el bichito le picó muy temprano, no siempre disfrutó dentro de una cancha.
«Uffff», exclama cuando se le pregunta cuánto cambió su relación con el vóleibol desde aquellos primeros entrenamientos con los equipos juveniles argentinos. Y se toma unos segundos para pensar bien la respuesta.
«Es una relación de amor-odio. Hemos tenido momentos de toxicidad. Pero nos amigamos. Hicimos terapia grupal y nos recuperamos», resume entre risas. «Fueron muchos procesos para llegar acá. Me pone muy feliz todo lo que pasó. Incluso lo malo, que hizo que por momentos me sintiera débil o vulnerable. Porque hoy estoy viviéndolo con 34 años, con una medalla en el pecho y con unas ganas tremendas de ir a mis cuartos Juegos Olímpicos. Sintiéndome bien, estando feliz y jugando en mi casa. La verdad, me siento muy pleno».
-¿Ser el hijo de Hugo fue siempre un peso o lo sentiste en algún momento como una motivación?
-Fue todo. Creo que la toxicidad en algún punto entró un poco por ahí. Mis viejos, los dos jugadores de Selección, se enamoraron en el CeNARD. Han pasado casi 50 años y estamos acá de nuevo. Tuve que aprender a manejarlo, porque más allá de que lo hacía porque me salía fácil, me pasaba algo adentro cuando jugaba. Quise también dejarlo y hacer cambios. Y al final los hice en cómo tomarme el deporte y en cómo hacerlo. Hoy estoy feliz y me da mucha felicidad ser «el hijo de» y que él sea «el padre de». Porque hoy se invierten un poco los roles.
-Las nuevas generaciones te tienen a vos como referente. ¿Te sentís cómodo en ese papel?
-Es hermoso. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Esta frase me ha marcado mucho y la he entendido mucho más de grande. El poder no es el juego, en realidad; creo que el poder está en lo que podemos hacer con lo que tenemos y en cómo podemos inspirar o ayudar a los que están a nuestro lado. En muchos momentos tal vez he tratado de pasar inadvertido y tampoco está en mi naturaleza. Y haber vuelto a jugar en Argentina (NdR: en 2002 regresó a Ciudad) me puso más en contacto con ese lado mío. Es muy importante poder compartir toda mi experiencia. Porque ahora estamos viviendo las buenas y hablamos de la medalla y todo, pero yo me acuerdo cuando estuve un año parado porque me rompí un hombro y me acuerdo de cuando me fui de Río y me quedé una semana encerrado en mi casa porque no podía parar de llorar. Y de todos esos momentos que parecen que son lo peor que nos pasó en la vida, pero a su vez nos da fuerza. Creo que el poder es inspirar a más chicos a acercarse al deporte en general, no solamente el vóley. De hecho, lancé mi propio campus justamente en el afán de querer compartir lo vivido. Se idealiza mucho. Entonces me parece que lo más importante de todo es humanizarnos.
-La gente está acostumbrada a ver el Facundo jugador, que es competitivo e intenso. ¿Cómo sos afuera de la cancha?
-Seguramente más calmo, pero no menos apasionado. La pasión es igual porque entro a la cancha y soy quien soy. No soy ni pretendo ser otra persona. En ese momento la expresión es diferente, porque en la calle no voy gritando cada vez que me encuentro una moneda de un peso. Pero a la vez encaro todas las cuestiones fuera de la cancha de la misma manera y con la misma intensidad.
-¿Cómo conviven el jugador con un hambre de gloria insaciable y la persona que quiere poner ahora el foco en disfrutar?
-Se chocan constantemente. El secreto, creo, no es quererlo absolutamente todos los días. Es saber para qué lo hago. Hay días que no quiero venir a entrenar. Sin embargo, sé que eso sería un día perdido en pos del objetivo que busco. Entonces es importante la constancia y el Facundo tranquilo lo entendió y lo aceptó. Esas dos versiones se amigaron, digamos. Fue como una simbiosis. Fue tomar esa intensidad para entender que yo soy así y no luchar contra eso.
En esa nueva manera de vivir el deporte, con el foco puesto en él mismo y no en las expectativas externas, tuvo mucho que ver su descubrimiento de la meditación y del reiki, que lo ayudaron en uno de los momentos más duros de su carrera.
«Cuando me sentí más roto que nunca, después de los Juegos Olímpicos de Río 2016, tuve que agarrar pedacito por pedacito y empezar a ponerlos como un lego uno arriba del otro para poder crear la forma que creía. Y me di cuenta de que había piezas de colores o de tamaños que no me gustaban. Con la meditación y el reiki pude limpiar lo que sentía, lo que era y así poder expresarlo también en el juego. Encontré herramientas para encontrarme a mí mismo. Porque como dice Mufasa en la película El Rey León, lo más importante es «recordar quién eres», porque eso es lo que nos define. Yo lo hice. Después de todo eso vino Tokio y me quedé flasheado porque me di cuenta de que me había generado confianza, esperanza y fe», reflexiona Conte.
Y continúa: «Me ayuda mucho más a nivel personal, pero también deportivo. Porque no puede entrar a la cancha un clon tuyo que no esté preocupado, enojado, que no tenga quilombo, que no se sienta mal… Inevitablemente entro a la cancha siendo yo y empoderarme de quien era hizo que pudiera también vivir el juego de otra manera. Hasta me dejó de doler el cuerpo. De tanto que me machacaba justamente con eso, lo pude limpiar y mi cuerpo me lo agradeció porque al final todo está acá (se toca la cabeza). Cuanto más pueda sanarme la cabeza, la mente, el cerebro… Fue muy importante y muy hermoso».
-¿El vóleibol sigue siendo la prioridad número uno en tu vida?
-En mi cabeza, tal vez no. Aunque depende de los momentos. Al volver a la Argentina mi vida se expandió, las líneas de la cancha se abrieron y estoy muy contento. Estoy aprendiendo cosas nuevas de mí. Tengo muchos proyectos personales, como el campus, que es muy importante para mí. Me gustan mucho los deportes al aire libre, sobre todo acuáticos. Me gusta mucho la comunicación. Estoy estudiando Coaching en la Escuela Latinoamericana de Coaching justamente para expandir un poco mis límites, poder ir reinventándome poco a poco y ver cómo me siento afuera de la cancha. Porque la verdad es que estoy muy cansado físicamente. Hace 20 años que entreno todo el tiempo empujando la vara, porque la meseta de la zona de confort no es el alto rendimiento. El alto rendimiento es estar todos los días empujando aunque sea una milésima o un milímetro para adelante. Pero hoy sé para qué lo hago y eso me da fuerza.
-¿Lo hacés para llegar a París?
-Sin dudas. Me vengo preparando hace un año y medio para eso, porque no lo creía posible. Pensé en dejar la Selección después de Tokio 2020 y no pude hacerlo. Pensé en dejarla después del Mundial (Polonia-Eslovenia 2022) y no quise. Fueron dos momentos completamente diferentes. Entendí que sí lo quería hacer un poquito más, que tenía todavía en mi cuerpo esa fuerza y que quería utilizarla para llegar a este momento. Sería un cierre increíble para toda esta historia que viví junto al vóley.
-¿Los Juegos serán el final del camino o todavía no lo decidiste?
-La verdad, no lo sé. Yo empecé a jugar porque quería ser de Selección. Entonces terminaría mi carrera con la remera de la Selección puesta. Me lo planteo todos los días y a la vez lo pongo de lado. Hoy estoy aprovechando este momento al máximo. Pueden ser mis últimos partidos o pueden no serlo. Lo mismo pensé después de Tokio y de repente estoy acá, tres años después, y sigo jugando. Entonces soy flexible a que hoy tengo ganas y tal vez mañana no esté o no tenga ganas. No quiero tomar una decisión ahora, porque creo que no es momento de tomar ninguna decisión. Hoy es momento de poner absolutamente toda la energía que tengo en mi cuerpo en una sola cosa. Y es en la cancha y en el equipo, para poder sacarle lo mejor.
-¿Entonces no empezaste a pensar todavía en lo que se vendrá cuando cierres tu etapa de jugador?
-Sí, claro. Me lo planteo todos los días. Me preparo para eso. No sé cuándo va a ser, pero sí sé que va a suceder. Lo que me gustaría hacer seguramente está en la comunicación, en alguna forma de comunicar, enseñar, acompañar, colaborar. ¿Ligado al vóley? No lo sé. Puede ser afuera de la cancha. Puede no tener nada que ver con el vóley. Porque con el tiempo y la experiencia me di cuenta de que todos sentimos las mismas cosas. Salvando las distancias, yo debo haber sentido cosas que sintió Messi y Messi debe haber sentido cosas que yo sentí. Por eso encasillarme en el vóley me parece muy pequeño. Me encanta saber de sanación y de neurociencia. Me estoy interiorizando con esos temas que me parecen increíbles, porque hay un montón de respuestas a preguntas que ni siquiera nos hacemos. Es muy interesante. Y haber adquirido una posición dentro del deporte argentino me da la posibilidad de expandir ese límite, de poder conocer gente, que se abran puertas y todo eso que me encanta. Pero no sé cuándo va a ser. Me preparo, lo pienso, se me ocurren ideas. Soy muy creativo y me encanta flashearla con eso. Pero hoy tengo un solo objetivo y es ganar la medalla olímpica otra vez.
De Ciudad a París
Conte comenzó a pasear su talento por el mundo cuando era muy joven. En 2007 se fue a jugar a Europa y pasó los siguientes 15 años en el exterior, defendiendo camisetas de clubes de Italia, Rusia, Polonia, Brasil, China y Qatar. En 2022 decidió regresar a Argentina y volver a jugar en Ciudad, el club en el que se formó y con el que vivió una temporada 2023/24 soñada, con doble festejo local (ganó por segundo año consecutivo la Copa ACLAV y la Liga Argentina) y una histórica plata en el Sudamericano de Clubes, con clasificación al Mundial de Clubes incluida.
«Estoy muy contento. Todo esto parecía un sueño tan lejano antes de venir a jugar a Argentina. Fue una decisión muy fácil de tomar y fue un desafío tremendo. Y fue muy lindo poder hacerlo, permitírmelo, y que con el club hayamos conseguido esta segunda victoria y reivindicado un poquito lo que creamos en el grupo y en el equipo. Haberlo conseguido es una sensación de deber cumplido. Poner a Ciudad en la vidriera del mundo me da mucho orgullo porque es el club donde empecé a jugar y me pone muy feliz haber podido devolver un poquito lo que me dio de esta manera», reflexiona Conte.
Lo bien (y lo rápido) que se adaptó nuevamente al vóleibol argentino y lo mucho que disfrutó de su primera campaña en Muni lo llevaron a animarse a una temporada más, que terminó a fines de abril. Aunque en esa decisión también pesaron sus ganas de llegar de la mejor manera a París, donde el equipo arrancará en el Grupo C junto a Japón, Estados Unidos y Alemania.
«Me quedé también para poder optimizar mi físico y estar pleno para el momento en el que nos volviéramos a juntar con los chicos de la Selección. Estoy muy contento porque cumplimos muchos objetivos este año con el club, pero yo vengo preparándome para lo que se viene ahora. Estuve carreteando y carreteando para ahora tomar vuelo, con los Juegos Olímpicos en vista», asegura.
Y aunque es consciente de que repetir la hazaña de Tokio no será tarea sencilla, Conte tiene fe en el equipo, en sus compañeros y en sí mismo. Y apunta bien alto.
«Con la medalla conseguida en Tokio, nuestro objetivo es muy claro. Más allá de que hoy hay chicos que no estaban en los últimos Juegos, como equipo tenemos conciencia colectiva y sabemos que estamos yendo a subirnos a un podio«, aseguró.
Y cierra: «Creo que podemos destacarnos y marcar diferencia con otros equipos, porque tenemos cosas que otros seleccionados no tiene. ¿Qué? (piensa). Tenemos el hambre que te hace tirarte a una pelota más y saltar un cartel. Si te tenés que romper la cabeza contra el cartel, te rompés la cabeza contra el cartel. Y también tenemos la capacidad de adaptarnos rápidamente a circunstancias incómodas. Dos cosas que tienen todos los argentinos y que se potencian entre sí. Y más allá de las individualidades -Loser es el mejor bloqueador del mundo con 24 años, Lima jugó otra vez la final en Brasil con un tremendo nivel y De Cecco lo mismo-, cooperamos entre nosotros y tenemos claro cuál es nuestra identidad. Por eso creo que vamos a poder lograr cosas buenas en París».